El teatro como escritura encarnada
- Editorial Merja
- 11 may
- 3 Min. de lectura
Una mirada al cuerpo, la palabra y la memoria en la dramaturgia
El teatro nace de una tensión fundacional entre el hacer y el ver, una dualidad ya presente en su etimología, en la que drân significa ‘hacer’ y theáomai significa ‘ver’. Esta dimensión doble, entre acción y observación, no agota su sentido. El teatro se manifiesta como una forma de presencia que no puede reducirse al texto. La práctica escénica, la dramaturgia o la teatralidad plantean, entonces, un reto editorial que va más allá de la corrección del lenguaje o la organización del texto. Implica reconocer escrituras que exigen cuerpo, ritmo, pausa y acto; pensamientos que se articulan mediante palabras y se manifiestan también en la presencia.
Esa relación entre palabra y presencia ha estado en el corazón del teatro desde sus inicios, en los que se conjugan acción y contemplación, gesto y palabra. En ese cruce se produce una experiencia estética y cognitiva que desborda la página. Algunos textos solo adquieren sentido al pasar por la voz o la mirada, ya que es en ese tránsito que su cadencia convoca otras presencias.

A lo largo del tiempo, la dramaturgia ha transformado la experiencia en acto. Desde los primeros gestos rituales de diversas culturas, en los que el cuerpo y la palabra funcionaban como formas de vínculo y memoria, hasta la tragedia griega, que articulaba el mito como reflexión cívica, el teatro ha sostenido una relación estrecha con lo real. Se trata de un real que interpela, que se encarna frente a otras personas, que provoca encuentro. Esa tensión entre lo vivido y lo dicho, entre lo que sucede y lo que se construye en escena, atraviesa la historia misma del hecho teatral.
Durante el siglo XX, esta tensión se diversificó y adquirió nuevas formas. Surgieron propuestas que desplazaron los límites del texto y pensaron la escena desde el cuerpo, la interrupción, el juego o la acción directa. Escrituras fragmentarias, biográficas o experimentales ampliaron las formas de presencia escénica y ofrecieron nuevas maneras de construir sentido. Paralelamente, otras dramaturgias conservaron estructuras clásicas desde las cuales exploraron, con igual intensidad, conflictos, ritmos y personajes. La vitalidad del teatro contemporáneo reside en su capacidad para sostener múltiples caminos y albergar una pluralidad de propuestas, sin borrar sus contrastes ni resolver sus tensiones.
En múltiples latitudes, estas búsquedas se han traducido en dramaturgias que hibridan lo poético y lo político, lo íntimo y lo colectivo. Son escenas que transitan entre la memoria encarnada, la fragmentación del lenguaje y el cuerpo como archivo. En ellas, la palabra deja de ocupar el centro exclusivo y se convierte en punto de partida para el gesto, la pausa o el silencio.
En ese paisaje amplio, cada dramaturgia establece su propia lógica. Algunas proponen partituras precisas; otras ensayan un gesto, se reescriben sobre sí mismas o cultivan una forma cerrada con rigor artesanal. En todos los casos, la escena convoca una manera singular de estar presente. La escritura teatral, ya sea lineal o fragmentada, busca cuerpo. Se orienta al encuentro y abre una forma de pensamiento situada.

Acompañar un texto escénico exige atención a la respiración que lo atraviesa y sensibilidad para seguir el ritmo que emerge entre la voz, la pausa y la mirada. El gesto editorial cuidadoso afina solo lo necesario para preservar la fuerza, la dirección y la forma singular con que cada escritura se abre al mundo. La lectura comprometida escucha sin imponer y deja espacio a aquello que respira.
Apostamos por ediciones que escuchen el cuerpo de la escritura y le den un lugar donde pueda permanecer. Nos interesan dramaturgias que habitan el lenguaje de formas singulares, que exploran lo íntimo, construyen crítica y convocan a la comunidad.
Algunas escenas respiran en los márgenes del texto. Algunos silencios cargan con el peso del sentido.
Converjamos con el teatro y con lo escrito, con lo que vive en escena y permanece en el libro. Que la lectura sea también una forma de presencia.
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